jueves, 14 de abril de 2011

Trabajar con el corazón


Hola de nuevo.
Dos pequeñas historias que nos levantan una sonrisa, sacadas de Contar cuentos.

Trabajar con el corazón
A un albañil, ya mayor, le llegó el momento de su jubilación.
Así que fue a ver a su jefe con el que había trabajado durante muchos años, y le comentó sus planes de dejar el negocio de la construcción para llevar una vida más placentera con su esposa y poder disfrutar de su familia y su jubilación.
El jefe sentía ver que su buen empleado dejaba la compañía y así se lo dijo, pidiéndole, como favor personal, que construyera una última casa. El albañil accedió, pero su mente y su corazón ya no estaban allí, así que utilizaba materiales de inferior calidad, no estaba atento a lo que hacía y su trabajo dejaba mucho que desear. Era una desafortunada forma de acabar su carrera.
Cuando el albañil finalmente acabó la construcción, su jefe fue a inspeccionar la casa, y al finalizar la visita, cogió las llaves de la puerta principal y las tendió al albañil:
- Tu última casa... este es mi regalo para ti.

Nunca te des por vencido
Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un “chivo expiatorio”, para encubrir al culpable.

El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: ¡La horca! El juez, también comprado, cuidó, no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado:

- “Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: vamos a escribir en dos papeles separados las palabras ‘culpable’ e ‘inocente’. Tú escogerás y será la Mano de Dios la que decida tu destino".

Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: ‘CULPABLE’. Y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.

El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca, lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon:
- “Pero, ¿qué hizo...?, ¿y ahora...?, ¿cómo vamos a saber el veredicto...?”.
- "Es muy sencillo", respondió el hombre, "es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué”.
Con un gran coraje disimulado, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.

Dos historias diferentes que nos enseñan a a poner nuestro mejor yo en las cosas que hacemos y a no perder la esperanza, a luchar hasta el final, a no darnos por vencidos. Merece la pena.
Un abrazo y kilos de ánimo a todos. Pasar buenos días. 
Iñigo

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